Camino (II)

Fermín Torrano
2 min readJul 25, 2018

Dicen que siempre hay una primera vez para todo. Incluso para lo que no nos gusta. También para lo que no esperamos. Dormir en la calle, o que a unos chavales de Los Arcos les parezca gracioso intentar mojarme de madrugada con los aspersores son algunas de esas “primeras veces” que he vivido en este inicio de peregrinación.

Sin embargo, lo que nunca hubiera imaginado — y menos en el Camino de Santiago — es que me fueran a echar de una iglesia. Después de rodear la estatua del Cid y dar una vuelta por Burgos, he encontrado, en una calle cercana a la catedral (a la que no he podido entrar), una de esas iglesias cuyo portón descubre un escalón de piedra que tras bajarlo presenta cuatro puertas más. Dos de frente, una a la izquierda y otra a la derecha. Nunca he sabido por cuál entrar.

Recuerdo que de pequeño cada domingo era como ir a El trato hecho, ese programa de Bertín Osborne en el que los concursantes tenían que elegir entre tres puertas. El premio: sentarme en el banco antes que mi hermana.

Hoy en día, la lógica me dice que la derecha será para entrar y la izquierda (la derecha desde dentro) para salir. Aún y todo, todavía me sigo quedando quieto un instante cuando me acerco a templos de esas características. Ha sido precisamente ese segundo el que me ha permitido leer en la puerta derecha un cartel en mayúsculas (tal vez ponía prohibido, aunque me suena algo menos contundente): NO SE PERMITE LA ENTRADA EN PANTALÓN CORTO

Lo justo he notado el fresquito del interior, cuando un sacerdote no muy alto, que se encontraba con una señora y su carro de la compra, me ha dicho: ¿Qué pasa, no has leído el papel de fuera?”.

Es curioso como a veces las personas no nos damos — o no queremos darnos— por aludidas. Obviamente lo había visto, pero algo me decía, en ese momento, que el bastón y la credencial de mi mano, junto con la mochila sobrecargada me otorgaban cierta excepcionalidad.

Es una de esas situaciones en las que se te ocurren mil cosas que decir, pero siempre, un minuto más tarde. Cuando te descubres hablando solo.

Unas horas después, todavía a 28 grados, sigo sin entenderlo. En un intento de justificación he llegado a pensar que el hombre era ciego, pero en ese caso, ¿cómo ha visto mi pantalón?

P.S: La iglesia tiene el mismo nombre que la calle

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